Señor, guarde silencio o
le cerramos la boca
de un latigazo.
Se la inutilizaremos
bajo el hierro candente.
Con las tenazas de la
Ley retorceremos su lengua.
No nos haga llegar a los
extremos.
Guarde silencio.
Cállese. No hable.
Al juez no se le juzga.
Él imparte Justicia,
decide todo.
Es la mente que piensa
por nosotros.
En cambio usted no es
nadie, no sabe nada.
Se llama simplemente el
acusado.
Qué soberbia aspirar a
defenderse.
¿Supone que en el valle
de Josafat
se atrevería a increpar
a Dios Padre
por la forma tan justa
en que creó este mundo?
¿Se da usted cuenta? Es
el culpable de un crimen.
No sabrá cuál, no sabrá
cuál,
morirá sin saberlo.
Debe pagar por ello. Y
de qué manera.
No, no: no abra la boca.
No interrumpa.
Respete al Juez y su
Alta Investidura.
Es la Ley, se halla aquí
para juzgarlo.
Está en peligro de
volverse reo
De Lesa Majestad. Acepte
y calle.
¿Desea, señor, que
pierda la paciencia?
No me obligue a salir de
mis cabales
Añadiré a su cuenta de
pecados
el delito nefando de la
blasfemia.
No me venga con cuentos
de derechos humanos.
Usted ya no es humano:
es el enemigo.
Vea en esta faramalla un
pretexto formal
que disimula y cubre el
expediente.
Dentro de unos instantes
ofrendaremos su cuerpo
en el altar del Bien, la
Bondad y el Orden Fraterno.
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